martes, 31 de julio de 2018

Libro Azul: Literatura
Tema 1: Mito Griego Hermes y el ganado de Apolo 
( Desarrolla las actividades y preguntas del libro)
páginas 139-142
 Hermes y el ganado de Apolo

Resultado de imagen para Hermes bebe
La noche cae sin prisa y pone silencio en la Arcadia. Maia, la ninfa de hermosos cabellos, la mayor de las siete Pléyades, y cuyo nombre puede significar, en griego, tanto partera como parturienta, se extiende en el lecho; y pacientemente, espera el feliz instante de estrechar entre sus brazos al hijo que está por nacer. Llegan los primeros dolores, con las primeras lágrimas y sensaciones extrañas. Pasan momentos que parecen eternidades. Y súbitamente, Maia da a luz el fruto de sus amores con Zeus.


     El rostro de Maia se suavizó en una sonrisa silenciosa y sabia. Sin hacer ruido, rodea con sus brazos al pequeño retoño y da gracias a los dioses. Hermes no llora. Lanza solamente algunos suspiros, cuando la madre lo envuelve en tiras de tela. Enseguida lo deposita en su cuna improvisada y el pequeño se calla y duerme. Ella, también.
     Apenas su madre se adormece, Hermes abre los ojos. No es ya un frágil bebé el que despierta, sino un ser dotado de extraordinaria precocidad. Permanece acostado algunos momentos todavía, hasta asegurarse de que Maia está sumida en un profundo sueño. Se levanta silenciosamente y se dirige a la puerta. Mira el cielo estrellado y no puede contener una sonrisa maliciosa: su mente ha elaborado un plan, pero, ¿quién puede saber lo que se trae entre manos? y desaparece en medio de la oscuridad.
     Su destino es Tesalia. En la ciudad de Feras, Apolo, su hermano, es el encargado de guardar los rebaños del rey Admeto. Corriendo por los caminos polvorientos, superando ágilmente todas las dificultades, sigue su camino sin detenerse ante pretexto alguno. Y llega, finalmente, a donde descansa el ganado real. Observa.
     Apolo no está, descuidando sus funciones, pasea a lo lejos acompañado de una ninfa. Con pasos cortos y precisos, Hermes se aproxima al ganado y separa cincuenta cabezas. Sonríe, y emprende el viaje de vuelta con el producto de su hurto.
     Lejos de allí, Maia dormía plácidamente. Malicioso y travieso, Hermes caminaba satisfecho de su artimaña. Las vacas -ningún mugido, ningún ruido delator- seguían, como si estuvieran encantadas, al bebé que, sonriente, las conducía. Pero el niño sabe que pronto lo descubrirán, a no ser que tome precauciones.

Resultado de imagen para apolo     Debe borrar  todas las huellas de los animales robados. Se le ocurren tres ideas: hacer que las vacas caminaran de espaldas, atarles ramas en las colas y calzarles las patas. Luego había que borrar sus propias huellas. Se confeccionó en el acto unas enormes sandalias hechas con ramas de mirto y tamarindo. Y continuó su camino.
     Para evitar ser ubicado guardó a los animales en una caverna agrupándolos en doce grupos de cuatro vacas cada uno y las dos restantes las sacrificó a los dioses. Escondió a los animales en distintos lugares y regresó a la ciudad de Cilene.


     Llegando a la puerta de su casa, vio una tortuga. Se quedó encantado con el animalito. "¿De dónde has salido tú?" Preguntó. Observó su forma, los colores de su caparazón y la armonía de sus extremidades. La metió en su casa. Con un rápido corte le quitó el caparazón, en que prendió horizontalmente trozos de caña de diferentes tamaños que amarró con las tripas de los dos animales sacrificados. Acababa de inventar un nuevo instrumento musical: La lira. Tranquilamente se dirigió a su cuna y se acostó de la misma manera en que lo había dejado su madre y, enseguida, fingió dormir.

Cuando Apolo regresa por la mañana, va a inspeccionar el ganado del rey Admeto. Grande sería su sorpresa al comprobar que le faltaban cincuenta  cabezas. Lleno de pesar y sintiéndose culpable, sale a buscar las reses que faltan. Como Apolo tiene también dones proféticos y adivinatorios, rápidamente descubre quién es el culpable y se dirige a Cilene. Maia no puede creer  lo que Apolo le dice y juntos van en busca  de Hermes. Lo encuentran en su cama, y al interrogarlo, la expresión de sorpresa y dignidad heridas son admirables.
     "Hijo de Leto -respondió el niño- ¿cómo se te ocurre venir aquí a buscar las vacas de tu rebaño?, yo nunca las vi, ni sé de ellas. Recién me entero por tu boca. ¿Cómo podría yo, un recién nacido, haber robado cincuenta cabezas de ganado? Mis pies son débiles y la tierra es dura. Lo único que quiero es dormir y estar con mi mamá, que me bañe en agua tibia que me acueste y me arrope".
     Apolo, no podía creer lo que escuchaba, se oía tan sincero, que se retiró avergonzado y fue a ver a Zeus para pedirle consejo. Le contó todo, aunque Zeus ya lo sabía de antemano, y no pudo menos que reír por la picardía del pequeño Hermes. Por eso, le mandó devolver inmediatamente el ganado. Cuando Zeus se retiró, Hermes siguió alegando inocencia frente a Apolo y en el colmo de su astucia, le robó, ante sus narices, la  aljaba en donde guardaba sus flechas, mientras continuaba con sus protestas de inocencia. El dios de la luz, entonces, ríe de la ocurrencia y le dice: "Astuto malhechor, ¡bravo! ya se cuál es tu maña. Sí, serás el dios de los ladrones y comerciantes, de todos aquellos que transitan por los caminos y usan su ingenio y sigilo para lograr su cometido". Hermes sonríe, guiña los ojos, toma su lira y empieza a tañerla. Apolo queda encantado con el instrumento y se le ocurre una idea: cambiársela por el ganado robado. Hermes reflexiona y no le parece suficiente. Apolo le ofrece  entonces el caduceo, la preciada varita mágica que guarda desde  niño. Hermes acepta en el acto. Y así ambos se reconcilian para siempre. De allí en adelante Hermes y Apolo forman un par de hermanos íntimamente unidos y protegidos por Zeus.

Resultado de imagen para Hermes y el ganado de Apolo

Ficha de lectura








No hay comentarios:

Publicar un comentario