Tema 1: Mito Griego Hermes y el ganado de Apolo
( Desarrolla las actividades y preguntas del libro)
páginas 139-142
Hermes y el ganado de Apolo
La noche cae sin
prisa y pone silencio en la Arcadia. Maia, la ninfa de hermosos cabellos, la
mayor de las siete Pléyades, y cuyo nombre puede significar, en griego, tanto
partera como parturienta, se extiende en el lecho; y pacientemente, espera el
feliz instante de estrechar entre sus brazos al hijo que está por nacer. Llegan
los primeros dolores, con las primeras lágrimas y sensaciones extrañas. Pasan
momentos que parecen eternidades. Y súbitamente, Maia da a luz el fruto de sus
amores con Zeus.
El rostro de Maia se suavizó en una sonrisa
silenciosa y sabia. Sin hacer ruido, rodea con sus brazos al pequeño retoño y
da gracias a los dioses. Hermes no llora. Lanza solamente algunos suspiros,
cuando la madre lo envuelve en tiras de tela. Enseguida lo deposita en su cuna
improvisada y el pequeño se calla y duerme. Ella, también.
Apenas su madre se adormece, Hermes abre
los ojos. No es ya un frágil bebé el que despierta, sino un ser dotado de
extraordinaria precocidad. Permanece acostado algunos momentos todavía, hasta
asegurarse de que Maia está sumida en un profundo sueño. Se levanta
silenciosamente y se dirige a la puerta. Mira el cielo estrellado y no puede
contener una sonrisa maliciosa: su mente ha elaborado un plan, pero, ¿quién
puede saber lo que se trae entre manos? y desaparece en medio de la oscuridad.
Su destino es Tesalia. En la ciudad de
Feras, Apolo, su hermano, es el encargado de guardar los rebaños del rey
Admeto. Corriendo por los caminos polvorientos, superando ágilmente todas las
dificultades, sigue su camino sin detenerse ante pretexto alguno. Y llega,
finalmente, a donde descansa el ganado real. Observa.
Apolo no está, descuidando sus funciones,
pasea a lo lejos acompañado de una ninfa. Con pasos cortos y precisos, Hermes
se aproxima al ganado y separa cincuenta cabezas. Sonríe, y emprende el viaje
de vuelta con el producto de su hurto.
Lejos de allí, Maia dormía plácidamente.
Malicioso y travieso, Hermes caminaba satisfecho de su artimaña. Las vacas
-ningún mugido, ningún ruido delator- seguían, como si estuvieran encantadas,
al bebé que, sonriente, las conducía. Pero el niño sabe que pronto lo
descubrirán, a no ser que tome precauciones.

Para
evitar ser ubicado guardó a los animales en una caverna agrupándolos en doce
grupos de cuatro vacas cada uno y las dos restantes las sacrificó a los dioses.
Escondió a los animales en distintos lugares y regresó a la ciudad de Cilene.
Llegando a la puerta de su casa, vio una
tortuga. Se quedó encantado con el animalito. "¿De dónde has salido
tú?" Preguntó. Observó su forma, los colores de su caparazón y la armonía
de sus extremidades. La metió en su casa. Con un rápido corte le quitó el
caparazón, en que prendió horizontalmente trozos de caña de diferentes tamaños
que amarró con las tripas de los dos animales sacrificados. Acababa de inventar
un nuevo instrumento musical: La lira. Tranquilamente se dirigió a su cuna y se
acostó de la misma manera en que lo había dejado su madre y, enseguida, fingió
dormir.
Cuando Apolo regresa por la mañana, va a inspeccionar el
ganado del rey Admeto. Grande sería su sorpresa al comprobar que le faltaban
cincuenta cabezas. Lleno de pesar y
sintiéndose culpable, sale a buscar las reses que faltan. Como Apolo tiene
también dones proféticos y adivinatorios, rápidamente descubre quién es el
culpable y se dirige a Cilene. Maia no puede creer lo que Apolo le dice y juntos van en
busca de Hermes. Lo encuentran en su
cama, y al interrogarlo, la expresión de sorpresa y dignidad heridas son
admirables.
"Hijo de Leto
-respondió el niño- ¿cómo se te ocurre venir aquí a buscar las vacas de tu
rebaño?, yo nunca las vi, ni sé de ellas. Recién me entero por tu boca. ¿Cómo
podría yo, un recién nacido, haber robado cincuenta cabezas de ganado? Mis pies
son débiles y la tierra es dura. Lo único que quiero es dormir y estar con mi
mamá, que me bañe en agua tibia que me acueste y me arrope".
Apolo, no podía
creer lo que escuchaba, se oía tan sincero, que se retiró avergonzado y fue a
ver a Zeus para pedirle consejo. Le contó todo, aunque Zeus ya lo sabía de
antemano, y no pudo menos que reír por la picardía del pequeño Hermes. Por eso,
le mandó devolver inmediatamente el ganado. Cuando Zeus se retiró, Hermes
siguió alegando inocencia frente a Apolo y en el colmo de su astucia, le robó,
ante sus narices, la aljaba en donde
guardaba sus flechas, mientras continuaba con sus protestas de inocencia. El
dios de la luz, entonces, ríe de la ocurrencia y le dice: "Astuto
malhechor, ¡bravo! ya se cuál es tu maña. Sí, serás el dios de los ladrones y
comerciantes, de todos aquellos que transitan por los caminos y usan su ingenio
y sigilo para lograr su cometido". Hermes sonríe, guiña los ojos, toma su
lira y empieza a tañerla. Apolo queda encantado con el instrumento y se le
ocurre una idea: cambiársela por el ganado robado. Hermes reflexiona y no le
parece suficiente. Apolo le ofrece
entonces el caduceo, la preciada varita mágica que guarda desde niño. Hermes acepta en el acto. Y así ambos
se reconcilian para siempre. De allí en adelante Hermes y Apolo forman un par
de hermanos íntimamente unidos y protegidos por Zeus.

Ficha de lectura

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